Roberto Genta Dorado (rgentadorado@hotmail.com) Cel. 00598 098 500418

martes, 20 de julio de 2010

Decúbito dorsal

Cuando caiga el telón y se precipiten tus pechos
libres ya de la congoja
de la metálica forma de la piel.

Cuando busques detrás de los bastidores
y más allás todavía,
detrás del estómago,
de los abiertos pulmones
la llaga feliz,
la feliz llama de un fuego extinguido
en los días de la infancia.

Cuando no puedas.

Cuando no puedas suspirar por los bares
ni mendigar tu porción de vida,
tu diaria porción de amor y veneno
ni la infinita materia de que que estamos hechos.
De la que guimos hechos.

Cuando allí los huesos duelan un tanto
y nada de lo que importó importe.
Lo que nunca más estará de nuestro lado.

Cuando decúbito dorsal veas pasar de prisa
(porque así lo harán, será ese el modo)
a las últimas aves del paraíso
(para ti últimas)
y los labios se esfuercen en una bienvenida
que no será más que mueca;
horripilante mueca en la que tendrás que reconocerte
como en un hijo deforme.

Cuando digas "no será hoy, ya no"
y el el borde de tu cama o en el borde de tu calle
los perros se detengan a mear en tus heridas.

Cuando quieras incorporarte
y tu mano distante del agua,
de todos los timbres distante
caiga hacia el fondo.
¿Hacia el fondo de qué? ¡Oh Dios!
¿En qué absurda trampa sin retroceso
de cinco pisos hacia la calle
que no / no /
no nos elige ni quiere?

Cuando desde la ventana
veas el trozo de cielo que te toca,
que convierte en plumas rosadas
tus manos de niña
y no puedas sonreírle a nada;
donde tu boca buscará los férreos geneitales
para beberse el transparente semen de la lluvia.
El semen transparente y con peces
de la lluvia.

Cuando intentes detener con la mirada,
con las piernas abiertas en U
el sexo sediento de noche
(de la escandalosa noche de los que esperan)
y un batir de alas de felpa y azúcar desgranada
te persiga sin desmayo.

Cuando en pedazos veas los deshechos
de las flores de vidrio
que has roto porque sí y te ahogues.
Te ahogues hundida en sueños,
en la coraza que has inventado
con sangre que no era tuya
o al menos creíste ajena.

Cuando te aferres a ropas y manos,
a miradas mudas y distantes,
a lo último que quede:
frazadas, trapos sucios, camisones, almohadas
y ella esté allí oliéndote los pies,
hurgando en tu basura,
descifrando el misterio que la invoca,
piénsame.

Adivíname.

Recuérdate con los labios húmedos
y mi sexo atravesándote,
haciendo crecer la dicha desde el fondo de la nada.
Sólo dos cuerpos solos y su música
danzando en el fondo del cielo.
En el inadmisible revés del universo.

Cuando sepas que el fin era eso:
un cesto con ciruelas manuras
y que no bastarán las lágrimas
ni las siete tribus para detenerlo,
aguza tu oído y escucha.

Escucha a la legión de niños
que por las desiertas calles del alba
irán festejando a gritos
la entrada
de la primavera.


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